
La primera materialización
literaria de estos presupuestos por Tristan Tzara se halla en la colección de
poemas La primera aventura celeste del
señor Antipirina (1916), al que siguió, aparte de algunas formulaciones
teóricas en la revista Dadá y de la publicación en París del primer Manifiesto dadá (1918), otra obra, Venticinco poemas (1919).

Tras la experiencia de la guerra,
la poesía de Tzara tomó un cariz más intimista y reflexivo (La huída, 1947; El rostro interior, 1954; La rosa y el perro, 1958), si bien conservó siempre la
espontaneidad y arbitrariedad en el manejo de las palabras, creando imágenes
ilógicas que la aproximan, en el producto final, al surrealismo, aunque se
separa de éste por su concepción originaria y por la fuerza y vitalidad que
anima su expresión, que es expresión de una individualidad que se afirma en un
universo poético autónomo. En prosa destacan El hombre aproximado (1931), Donde beben los lobos (1933) y los ensayos
Siete manifiestos dadá (1924) y El surrealismo y la posguerra (1947).